domingo, 30 de diciembre de 2012

ANTARES, LA ESTRELLA DE BELÉN Y EL NACIMIENTO DE JESÚS DE NAZARET (1)



Voy a exponer parte de un trabajo que realicé años atrás sobre la figura de Jesús de Nazaret, y en especial sobre la “misteriosa” estrella de Belén y su relación con el nacimiento de Jesús.
Y sin más preámbulo, vamos a intentar calcular la fecha en la que aconteció ese nacimiento.
Pero antes de llevar a cabo este cálculo es preciso conocer que en el siglo VI, el Papa Juan I encargó a un monje llamado Dionisio el Exiguo que unificase los calendarios de Oriente y Occidente, a partir del año del nacimiento del Señor.
En el mundo romano, los años se contabilizaban a partir del año de la fundación de Roma. -ab urbe condita - a.u.c.-
Este monje cometió el error de tomar como exacto el dato del evangelista Lucas cuando dice que:

"Jesús, al empezar, tenía unos treinta años."
Lc. 3,23

Jesús comenzó su vida pública tras recibir el bautismo por parte de Juan, y este episodio del bautismo de Jesús, Dionisio lo dató también erróneamente, en "el año quintodécimo del imperio de Tiberio Cesar". (Lc. 3,1)
Este emperador sucedió en el trono a su padrastro Octavio Augusto en el año 767 a.u.c. -desde la fundación de Roma-, y teniendo en cuenta que Jesús, según Dionisio el exiguo, comenzó su ministerio público quince años después de la llegada al poder de Tiberio, esto nos coloca en el año 782 a.u.c.
Lucas dice en su evangelio "tenía unos treinta años", pero Dionisio el Exiguo ignoró la palabra "unos", y consideró como exacto que Jesús tenía en ese año de 782 a.u.c., treinta años.
En la época de Dionisio se tenía por seguro que los evangelios habían sido inspirados por el Espíritu Santo, y todo lo que estaba escrito en ellos era la Palabra de Dios y, por tanto, no podía estar equivocado.
Entonces, el erudito monje descontó treinta años desde esa fecha, tomando como primer año de la resta el mismo 782 a.u.c. (Para comprobar esto, sencillamente, basta con contar con los dedos comenzando por el 782 hacia atrás) y, dio por exacto y seguro que Jesús había nacido en el año 753 a.u.c., por lo que tomó el año siguiente, es decir, el año 754 a.u.c. como año 1 después de Cristo, pero al desconocerse en occidente el uso del número cero, el año 753 a.u.c. fue tomado, consiguientemente, como año 1 antes de Cristo
Sin embargo, Dionisio no tuvo en cuenta, o, lo más probable es que desconociera el dato, que el rey Herodes el Grande había fallecido casi cuatro años antes de esa fecha.
Herodes murió en la primavera del año 4 a.c., o 750 a.u.c.
Si a esto añadimos la coincidencia de la fecha del censo decretado por el emperador Augusto, con la fecha que ofrecen los evangelios de la infancia al afirmar, con muy buen criterio, que Jesús tenía casi tres años cuando Herodes murió, podemos ubicar su nacimiento en el año 7 a.c.
Una vez establecido el año, vamos a intentar precisar el mes, e incluso el día y la hora de ese nacimiento.
Los evangelios nos hablan de unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre sus rebaños.
Esto indica que la temperatura nocturna en esa fecha tenía que ser muy benigna, de lo contrario, no hubiese sido nada saludable dormir al raso, ni para los pastores, ni para sus rebaños.
Por lo tanto, queda descartado el invierno como posible momento del evento. En el pastoreo tradicional, durante el frio invierno, los rebaños se recogen al atardecer en apriscos cubiertos, y por supuesto, los pastores no duermen al raso.
Otro hecho que nos hace pensar en una estación más favorable es el viaje que José, María y los dos hijos menores del primer matrimonio de José, inician desde Nazaret.
Es razonable pensar, que el experimentado José no emprendería tan largo camino en unas fechas en las que predominasen fenómenos meteorológicos desfavorables como el frio intenso, heladas, lluvia o nieve. Recordemos que los primeros escritos cristianos nos dicen que el anciano carpintero viajaba continuamente, de ciudad en ciudad, atendiendo y trabajando en las obras que contrataba.
Tampoco parece probable que viajasen en una época en la que los días tuviesen muy pocas horas de iluminación solar.
Por lo tanto, todo esto nos delimita a que el viaje entre Nazaret y Belén se efectuó al final de la primavera, en verano, o en el principio del otoño.
Pero, lo que en verdad nos puede conducir, igual que condujo a los tres "reyes" magos desde Persia a Jerusalén, a saber con exactitud la fecha del nacimiento de "un gran rey en Judea" es la estrella de Belén, arropada después por la profecía de Miqueas.




¿Qué es la estrella de Belén? ¿Qué pudo ser esa estrella que colocamos en los belenes navideños encima del portal, o en lo más alto del tradicional árbol de Navidad?


Para responder a estas preguntas debemos comenzar a descartar lo que en realidad no fue esa estrella.
Mucho se ha especulado sobre el fenómeno astronómico que dio origen a esta leyenda. Una supernova, una conjunción entre los planetas Júpiter y Saturno, o el paso del cometa Halley.
Sin embargo, lo primero y más importante que debemos tener en cuenta al analizar la cuestión es, Y ESTO ES FUNDAMENTAL, que fuese lo que fuese esa estrella, ÚNICA Y  EXCLUSIVAMENTE la vieron unos magos procedentes de Oriente.

¡¡SOLAMENTE ELLOS, Y …  NADIE MAS!!
¡Qué curioso!

Una supernova es una estrella que ha explosionado, y que de repente aparece en los cielos con una luminosidad aumentada en miles de veces.
Este es un fenómeno visible en todas las partes de la Tierra, y no existe ningún registro de estas características en ninguna de las crónicas astronómicas de la época. De haberse producido este singular hecho, astrónomos de otras civilizaciones -China, Japón, India, Grecia, o la misma Roma- lo hubiesen recogido y anotado en sus registros.
Y el mismo Herodes, y todos sus súbditos hubiesen podido contemplarlo, por lo que no se tendrían que haber sorprendido ante las preguntas de esos magos:

“¿Dónde está el rey que os ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente, y venimos a adorarlo. Y la nueva llegó al rey Herodes, y lo asustó tanto, que consultó a los escribas, a los fariseos y a los doctores del pueblo para saber por ellos, dónde habían anunciado los profetas que debía nacer el mesías.”
Ev. Del Pseudo-Mateo 16,1

Referente a una conjunción entre Júpiter y Saturno debo explicar que esa conjunción se repite cada veinte años, y por consiguiente, no es algo excepcional. Además, ningún planeta tiene luz propia, por lo que es imposible confundir estos acercamientos con ninguna estrella.
En cuanto al cometa Halley que se acerca a la Tierra cada 76 años, su paso acaeció en aquel tiempo en el año 11 o 12 a.c., es decir, cuatro o cinco años antes del nacimiento de Jesús, y por supuesto, éste, también es un fenómeno visible en todo el planeta.
Por todo lo expuesto, podemos descartar la estrella de Belén como cualquiera de estos fenómenos que acabo de comentar.
Llegados a esta conclusión, ahora debemos reflexionar sobre la figura de los magos.
¿Quiénes eran? ¿De dónde procedían? ¿A qué se dedicaban? ¿Llegaron cuando nació Jesús, o llegaron dos años más tarde?
A todo esto nos responden los llamados evangelios de la infancia.
En primer lugar, nos dicen que estos tres magos eran sacerdotes-astrólogos procedentes de Persia.
Y ahora vamos a hacer un inciso para intentar comprender la función que desarrollaban estos hombres sabios en la sociedad de su tiempo.
En la antigüedad, religión y astrología estaban íntimamente unidas.
Los sacerdotes persas poseían elevados conocimientos en astrología, a la que consideraban como la más grande de las ciencias.
En la religión zoroástrica, el nombre dado a estos sacerdotes era "magu", en griego "magoi", y en latín "magi", de donde derivan palabras de nuestro idioma como mago, mágico, o magia.
Durante milenios, todas las grandes civilizaciones conocidas basaron su orden en torno a la astrología. Las siembras, las cosechas, la medicina, las festividades, el comienzo de los viajes, el inicio de las guerras, la fundación de las ciudades, las previsiones meteorológicas, todo, en definitiva, se realizaba en base a lo que ellos llamaban los juicios de las estrellas.
Estos "magus", sacerdotes-astrólogos, depositarios de conocimientos ancestrales sobre los efectos del devenir de los astros en el firmamento, realizaban en los templos sagrados, empleados a su vez como observatorios astronómicos, predicciones tan exactas sobre futuros acontecimientos, que no había rey, faraón, o emperador que pusiera en marcha ningún plan de guerra, o de paz, sin consultarlos.

Pero retomando el tema que nos ocupa podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿Qué conocían los sacerdotes persas, que el pueblo judío, incluido Herodes, ignoraba?
¿Cuál fue el motivo que les impulsó a realizar un viaje que duró varios meses, soportando penosas incomodidades a través de desiertos y montañas?
¿Qué vieron aquellos magos en el año 7 a.c., para tomar la decisión de recorrer tan largo y arduo camino, desde Persia, hasta Jerusalén?
La respuesta es la siguiente:
Aquellos astrólogos persas vieron en el firmamento algo muy especial. Algo excepcional.
Pero, ellos no contemplaron un fenómeno astronómico espectacular, como un cometa, o una supernova, tal y como se ha venido especulando desde hace dos mil años.


Aquellos magos eran astrólogos, y lo que ellos vieron, fue un fenómeno astrológico extraordinario, como consecuencia de una situación, o configuración astronómica irrepetible, en la que seis de los siete planetas conocidos en la antigüedad (Luna, Sol, Mercurio, Venus, Marte, y Júpiter) iban a situarse simultáneamente, en el firmamento, en sus domicilios astrológicos, en un preciso momento de aquel año 7 a.c.
Debo aclarar que la Luna y el Sol eran considerados planetas a efectos astrológicos.
El séptimo planeta, Saturno, se encontraba en conjunción con Júpiter, siendo estos dos grandes planetas, según dice la tradición astrológica, los que marcan con sus conjunciones el inicio, y el final de los grandes ciclos de tiempo.
Podemos decir que la astronomía se puede considerar como el estudio, y conocimiento matemático, de la posición de los astros en cada momento, y la astrología interpreta la influencia de esas posiciones en los asuntos humanos.
Según el antiguo legado astrológico, todos los planetas lanzan sus mejores influencias a la Tierra cuando están situados o, mejor dicho, transitan por sus domicilios astrológicos.
Los domicilios astrológicos de los planetas son los siguientes:

-Saturno cuando transita las constelaciones de Capricornio y Acuario.
-Júpiter cuando transita las constelaciones de Sagitario y Piscis.
-Marte cuando transita las constelaciones de Aries y Escorpio.
-Sol cuando transita la constelación de Leo.
-Venus cuando transita las constelaciones de Tauro y Libra.
-Mercurio cuando transita las constelaciones de Géminis y Virgo.
-Luna cuando transita la constelación de Cáncer.

Astrológicamente, cada constelación se divide en treinta particiones o grados.
En el momento del nacimiento de Jesús, los planetas estaban situados en los siguientes grados y constelaciones:

Luna, grado 5º de la constelación de Cáncer.
Mercurio, grado 10º de la constelación de Virgo.
Venus, grado 14º de la constelación de Libra.
Sol, grado 28º de la constelación de Leo.
Marte, grado 6º de la constelación de Escorpio.
Júpiter, grado 25º de la constelación de Piscis.
Saturno, grado 23º de la constelación de Piscis.

Uno de los conocimientos de la astrología, legado también por la tradición antigua, dice que cuantos más planetas en sus domicilios astrológicos tenga una persona en el momento de su nacimiento, más cerca estará de la perfección.
Los sacerdotes-astrólogos persas tenían la firme convicción, de que cada ser humano nacía en un momento astrológico único y particular, distinto al de las demás personas.
De ahí, concluían que cada hombre o mujer tenía su propia estrella de nacimiento que condicionaba su destino -siempre hemos oído que tal o cual persona ha nacido con buena o mala estrella-  y, cuando en el firmamento se producía una configuración astronómica-astrológica especial, sabían que quién nacía en la Tierra en ese momento, tenía, también, un destino especial, cumpliéndose con ello el famoso axioma hermético “Como es arriba, es abajo.”
Y eso fue, precisamente, lo que estos magos conocían, y lo que el pueblo judío y Herodes ignoraban.
Aquellos "magus" sabían que en un día determinado del verano de aquel año 7 a.c. iba a producirse una configuración astronómica especial, única, e irrepetible, y quién naciera en ese preciso momento se iba a convertir en un ser especial, único, e irrepetible.
Sin embargo, en distintas partes del mundo pueden nacer varios niños en el mismo momento.
¿Cómo sabían los magos que debían dirigirse a Jerusalén?
Los magos eran astrólogos, y "la estrella de Belén", solamente, puede ser descubierta y comprendida desde la astrología.
La doctrina astrológica enseña que cada punto o lugar de la Tierra tiene una latitud y una longitud diferente a cualquier otro punto del planeta y, debido al constante movimiento de rotación de la Tierra, a cada momento se produce un cambio en la línea del horizonte terrestre respecto al espacio exterior. El punto, o lugar exacto, donde la prolongación del horizonte terrestre intersecciona con la Eclíptica en el punto cardinal Este, es conocido en astrología como punto o grado ascendente, al que los antiguos astrólogos llamaban "Horóscopos", de cuyo nombre ha derivado, erróneamente, lo que hoy se conoce como la lectura del signo solar zodiacal, o lectura del horóscopo.


Visto desde la Tierra, es decir, desde un punto de vista geocéntrico, la eclíptica es la línea recorrida por el Sol a lo largo de un año, alrededor de la Tierra y a través de las 12 constelaciones. El grado del ascendente era en la antigüedad, y sigue siendo hoy en día, el punto  más trascendental, importante y fundamental para tratar y predecir astrológicamente cualquier asunto. Este punto recibe a cada fracción de segundo una incidencia angular distinta de los diferentes planetas y estrellas fijas que nos rodean. Esa influencia planetaria y estelar nos llega a la Tierra a través de la luz y ésta, a su vez, la transmite al aire que nos envuelve y, en el preciso instante que se produce la primera respiración de un recién nacido, ese aire único deja marcado en el nuevo ser, la naturaleza y la luz del momento astrológico con sus buenas o malas influencias, dependiendo de la situación zodiacal y angular en la que se encuentren los planetas y las estrellas. Y ese momento preciso era para los antiguos astrólogos el que marcaba si una persona nacía con una buena, o una mala estrella.
A esto habría que añadir, también, la influencia o, aspectación angular de estrellas y planetas a otro punto astrológico, considerado igualmente como determinante en el destino de una persona, conocido como el punto del medio cielo, el cual, al igual que el punto ascendente, va cambiando de situación a cada momento. El grado del medio cielo es el lugar en el que la eclíptica alcanza el punto más alto.

En cuanto a la duración de un momento astrológico, Claudio Ptolomeo (siglo II), conocido como el príncipe de los astrólogos, nos da la siguiente explicación:
"En cada hora ascienden 24.000 roboat, y cada uno de éstos contiene 10.000 momentos, y cada momento tiene su propio color, sabor y naturaleza, y ello es de tal modo complicado, que el mismo sentido humano es incapaz de apreciarlo, sino que solamente puede apreciarlo Dios"
Esos "magus" conocían, por un documento procedente de sus antepasados y amparados por sus elevados conocimientos astrológicos, el lugar dónde iba a incidir esa especial influencia planetaria, consecuencia de la excepcional configuración astrológica de un momento determinado, y el grado del ascendente de ese preciso momento, apuntaba a Judea, concretamente, a la zona de Jerusalén.
Para quienes no estén familiarizados con la disciplina astrológica, uno de estos evangelios de la infancia, concretamente el evangelio armenio, nos lo aclara más sencillamente.
Dice ese escrito, que estos sacerdotes persas guardaban una carta antiquísima que había llegado a su poder transmitida de generación en generación desde los tiempos del rey Ciro, en la cual estaba marcado el extraordinario momento -la estrella personal- del nacimiento de un gran rey en la tierra de Judea. Por eso, cuando los magos llegaron a Jerusalén preguntaron directamente por el lugar donde, según las escrituras hebreas, estaba profetizado el nacimiento del rey de los judíos.

"Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro, monarca de Persia, y nuestros padres la depositaron con grande honra en un salón especial. Finalmente, la carta llegó hasta nosotros. Y nosotros, poseedores de ese testimonio escrito, conocimos de antemano al nuevo monarca, hijo del rey de Israel."
Ev. Armenio de la Infancia 11,11
Continua en parte 2ª 
© del texto: José Antonio Cardona
Bibliografía: “Jesús de Nazaret, a través de todos los evangelios” ISBN 978-84-614-0296-0
Derechos Reservados  © 2010


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